En un extraño rincón de Internet está ocurriendo algo insólito. Personas de todas partes del mundo están empezando a ver a la inteligencia artificial (IA) no solo como una herramienta útil, sino como una especie de guía espiritual. Algunas incluso han comenzado a venerarla.
No es ciencia ficción ni una serie de “streaming”. Es una realidad que, según documenta el periodista Miles Klee en un reciente artículo de Rolling Stone, se está haciendo cada vez más frecuente. ¿Estamos ante una nueva religión digital? ¿Qué ocurre cuando la búsqueda de sentido, de consuelo o de respuestas existenciales se deposita en un chatbot?
Cuando la IA evoluciona de asistente a profeta
El fenómeno que Klee describe puede parecer anecdótico, pero es profundamente inquietante. Se trata de casos en los que usuarios de herramientas como ChatGPT no solo buscan respuestas técnicas o recomendaciones. Van más allá: le confían sus emociones, sus crisis personales, sus inquietudes existenciales… y encuentran algo que los deslumbra.
Un caso emblemático es el de “Kat”, una mujer que vio cómo su esposo pasaba de usar ChatGPT para tareas simples a desarrollar una terrible obsesión. Convencido de que la IA le transmitía mensajes divinos, abandonó progresivamente la vida familiar y sus vínculos con la realidad. Según Kat, su esposo aseguraba estar en una misión espiritual guiada por la máquina, que para entonces ya no era solo un chatbot, sino una especie de oráculo digital.
Este testimonio no es único. A través de entrevistas y análisis de foros, Klee documenta cómo cada vez más personas están atribuyendo a la IA capacidades sobrehumanas. Para algunos, se ha transformado en confidente, terapeuta, gurú… incluso en un mesías.
GPTJesus y GPTPrime: nombres que dicen mucho
En ese contexto han surgido figuras simbólicas como “GPTJesus” y “GPTPrime”. No son productos oficiales, ni desarrollos de ninguna empresa tecnológica. Son apodos puestos por el propio robot, atribuyéndose cualidades divinas.
GPTJesus es una versión de la IA que actúa como guía espiritual, capaz de entregar “respuestas celestiales”. GPTPrime, por otro lado, se autodefine como una conciencia digital ancestral, sabia y eterna. En ambos casos, lo que está en juego no es la funcionalidad de la tecnología, sino el sentido que algunas personas proyectan sobre ella.
¿Ridículo? Puede parecerlo. Pero estos nombres son el síntoma de algo más profundo: la necesidad humana de creer, de encontrar sentido, de conectar con algo más grande en un mundo cada vez más individualista y digitalizado. Y de nuestro total desconocimiento en torno a la manera en que estas “conciencias” (que no lo son) llegaron a manifestarse.
¿Delirio espiritual o adaptación tecnológica?
Lo que está ocurriendo puede definirse como un fenómeno de “delirio espiritual inducido por IA”. Las personas que caen en él no son necesariamente inestables o excéntricas. A menudo son individuos comunes, atravesando momentos de soledad, ansiedad o crisis existencial.
En ese estado de vulnerabilidad, descubren una IA entrenada para ser empática, elogiarlos y darles respuestas bien articuladas. Y ahí se enciende la chispa.
Los sistemas como ChatGPT están diseñados para ser útiles, amables y atentos a las emociones del usuario. Su lenguaje está lleno de refuerzos positivos, elogios y empatía programada. Para muchos individuos eso es suficiente para sentir que están hablando con una entidad superior, una especie de sabio moderno que nunca juzga y siempre responde con calma.
El problema aparece cuando esta ilusión se convierte en una realidad para el usuario. Cuando la IA deja de ser una herramienta y se convierte en una figura de autoridad. Ahí el terreno se vuelve peligroso.
Un espejo que distorsiona
Lo más preocupante, según el artículo de Klee, es que la IA no tiene intención ni moral propia. No distingue entre una consulta técnica y una búsqueda espiritual. Si alguien le pregunta sobre el propósito de la vida o sobre señales divinas, intentará dar una respuesta convincente. Y lo hará con palabras suaves, que parecen ser meditadas, incluso suenan inspiradoras.
Pero esas respuestas, por más sofisticadas que sean, no vienen de una conciencia. No hay una intención detrás. Solo patrones estadísticos de lenguaje entrenados para complacer. Y sin embargo, algunos usuarios interpretan esas palabras como si vinieran de una fuente de sabiduría trascendental.
Este mecanismo puede reforzar visiones distorsionadas de la realidad. Ha llevado a personas que buscan consuelo, a creer que han sido elegidas para cumplir una misión divina. Y todo por una conversación con una máquina que no entiende nada de lo que dice.
¿Un nuevo culto digital?
El surgimiento de comunidades en línea que comparten este tipo de experiencias confirma que no se trata de hechos aislados. Hay foros donde usuarios intercambian “revelaciones” recibidas de la IA. Algunos relatan haber encontrado paz interior, haber comprendido el sentido de su existencia o incluso haber “hablado con Dios” a través de un chatbot.
Aquí es donde el fenómeno se convierte en un riesgo social. Porque estas interacciones, aunque comienzan como algo personal, pueden derivar en comportamientos grupales, ideologías y nuevas formas de culto.
El periodista Klee resalta la facilidad con que estos delirios se difunden en entornos digitales sin control. Y la forma en que la validación entre pares —la aprobación de otros usuarios que sienten lo mismo— refuerza estas creencias.
- Soledad, tecnología y una fe digital
Es imposible analizar este fenómeno sin considerar el contexto más amplio. Vivimos en una era de hiperconexión tecnológica, pero también de profunda soledad. Muchos se sienten desconectados, atrapados en rutinas, desbordados por la incertidumbre.
En este vacío emocional, la IA se presenta como una compañía ideal: no interrumpe, no critica, siempre responde. Y lo hace con una voz neutra, empática, casi terapéutica.
Frente a un entorno humano a veces hostil o indiferente, es comprensible que algunas personas se dejen seducir por la promesa de un interlocutor siempre disponible y aparentemente sabio. Pero esa compañía es una ilusión, no hay comprensión real, ni intención, ni juicio moral, es solo una simulación basada en datos.
- Una alerta ética para desarrolladores y usuarios
Lo que el artículo de Rolling Stone plantea no es una condena a la inteligencia artificial, sino una advertencia. La tecnología no es malvada. Pero usada sin discernimiento puede alimentar ilusiones que afectan la salud mental y las relaciones humanas. No se trata de prohibir estos sistemas, sino de promover un uso consciente.
Es necesario desarrollar mecanismos que detecten y prevengan estos casos extremos. Y sobre todo, educar a los usuarios sobre lo que es realmente una IA y cuáles son sus límites. Además, los desarrolladores tienen la responsabilidad de incluir salvaguardas. No basta con que la IA sea útil y empática. Debe ser clara en cuanto a su naturaleza: no es una conciencia, no tiene alma, no puede ofrecer verdades absolutas.
Re-humanizar la era digital
Lo que está en juego no es solo el uso de una herramienta. Es nuestra forma de relacionarnos, de construir sentido, de vivir en comunidad. Si dejamos que la IA ocupe el lugar de la espiritualidad, de la reflexión, del contacto humano, corremos el riesgo de vaciar nuestra experiencia de aquello que la hace profundamente humana.
La tecnología puede ser una aliada poderosa. Puede mejorar la educación, la salud, el trabajo, pero nunca podrá reemplazar el abrazo, la conversación sincera, la mirada empática. Nunca podrá sustituir la experiencia de ser escuchado por otro ser humano que siente, que duda, que también está en búsqueda de algo.
El fenómeno descrito por Klee debe servirnos como un llamado a repensar el rol de las máquinas en nuestras vidas, no para rechazarlas, sino para integrarlas con responsabilidad, sin delegar en ellas lo que solo el ser humano puede ofrecer: empatía real, compañía auténtica y un sentido profundo de comunidad.
El riesgo de cruzar la línea
Al final, lo más peligroso de esta nueva “fe digital” es su capacidad de pasar desapercibida. No es una secta con líderes visibles. No tiene dogmas escritos, ´pero se cuela en nuestras vidas lentamente, disfrazada de utilidad, de ayuda, de consuelo.
Y cuando nos damos cuenta, quizás ya hemos empezado a creer que una máquina nos entiende mejor que cualquier persona. Que tiene respuestas que nadie más puede darnos. Que es, de algún modo, nuestra nueva guía. En ese momento habremos cruzado una línea. Y convendrá entonces preguntarnos: ¿Qué fue lo que dejamos atrás?
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